sábado, 14 de junio de 2014

La sociedad cubana tras medio siglo de cambios, logros y reveses

Por: abigail rocha meza
14 junio 2014 | 13
abigail rocha meza
La revolución que llegó al poder en enero de 1959 significaría una transformación de la sociedad cubana en una magnitud que hubiera sido prácticamente imposible prefigurar en el contorno de un programa político, por profundas que fueran las reformas que éste se planteara, como lo fueron en el programa del Moncada (Fidel Castro, La historia me absolverá , 1953). Magnitud inimaginable incluso para el líder mismo que la ha conducido desde sus inicios y que ha dejado su impronta inconfundible para el curso futuro, quien lo signó en una elocuente expresión: «Hemos hecho una revolución más grande que nosotros mismos».
El programa político nunca puede rebasar el enunciado de las propuestas. La historia real implica mucho más: implica las trabas externas, las limitaciones internas, las frustraciones, los aciertos, los errores, las opciones alternativas, los actos de heroísmo, la resistencia, engarzados todos en una suerte de espiral que cambia a los seres humanos que la vivimos, de generación en generación, de coyuntura en coyuntura. A través de ella se teje progresivamente todo el complejo de las relaciones sociales, su dimensión estructural, su institucionalidad, los patrones morales, las militancias, la religiosidad, el imaginario popular, la creatividad, y todas las redes que implica lo que de la manera más genérica caracterizamos como lo social. De ningún modo siguiendo una lógica lineal, sino en un devenir cargado de contradicciones.
Lo contradictorio está en el centro mismo, como lo vislumbraron los que le dieron al socialismo una sustentación científica, que retornaron sin cesar a esta figuración dialéctica hegeliana de la contradicción. Siempre lo estuvo y siempre lo estará, de un modo o de otro, y no como un principio doctrinal sino como realidad desde entonces descubierta y muchas veces verificada. El medio siglo del proceso cubano que nos toca esbozar, cargado de logros y descalabros, de éxitos y fracasos, de regocijos y de pesares, de fundación de valores nuevos y de lastres del mundo frente al cual nos rebelamos, así lo demuestra.
En Cuba la referencia marxista fue incorporada después que el pueblo descubriera que sus reclamos habían llegado al poder; que la nación, que el régimen republicano nacido a la sombra de la intervención pionera del imperio americano no había podido darle, no solo era una posibilidad sino que el pueblo mismo había comenzado a hacerla real.
Los líderes acudieron a las masas desde el principio para que sus iniciativas no quedaran en la esfera de las decisiones elitistas. Aunque la simplicidad de la estructura de gobierno se valiera del decreto, el cambio social no se decidía sin acudir al consenso popular más amplio. La sociedad cubana tuvo rápidamente pruebas inconfundibles del alcance social del proyecto puesto en marcha. La reforma agraria, que expropiaba el latifundio, se firmó a cuatro meses de la victoria, y pocos meses después se hacía efectivo el reparto de las tierras. Una movilización masiva de campesinos a la Habana en la primera celebración del aniversario del asalto al cuartel Moncada, el 26 de julio de 1959, barrería con las esperanzas de la oligarquía terrateniente de oponer resistencia a la decisión de repartir la tierra entre el campesinado explotado, dedicado a trabajarla.
Desde aquel momento el recurso a la movilización de las masas en torno a los dirigentes se convirtió en el más persistente para la manifestación del consenso. De esta manera, un nuevo tipo de relaciones sociales comenzó a imponerse, y a cobrar una incidencia en la transformación de la estructura de clases de la sociedad cubana. Además de la reforma agraria, fueron adoptadas otras iniciativas orientadas a avanzar en los propósitos de justicia social y equidad, a la eliminación de la pobreza, la reducción de desigualdades, el alivio de las presiones del hábitat, por la vía de la rebaja de la renta, primero, y por la supresión de la usura y el mercado inmobiliario, después.
Entre 1959 y 1963, tendrían lugar la nacionalización de la banca, de la industria y del comercio, un cambio de nominación de la moneda con tope de atesoramiento, y una segunda ley agraria, que reducía aún la extensión de la propiedad de la tierra. Al reformarse la estructura económica se reformaba el conjunto de las relaciones sociales. Con la socialización de la casi totalidad de la economía por la vía de la propiedad estatal, cambiaba del todo la fisonomía de la sociedad. Y con ella el tipo de relaciones con los órganos de poder político, que ya no responderían a intereses oligárquicos de carácter privado. La transformación estructural de la sociedad cubana se produjo muy rápidamente.
Aquella gigantesca cabeza gubernamental que suponía la creación de ministerios concebidos para administrar la totalidad del espectro económico se dirigía desde una estructura exclusiva y simple: el Consejo de Ministros. Sin embargo se avanzó, no sin dificultades, hacia la unificación política en un partido, que no había dirigido la lucha revolucionaria sino que se integraba a partir de la victoria, desde los movimientos y organizaciones que lo habían hecho. Y cuya misión, en su relación con el Estado, no quedaría muy definida hasta diez años después. Surgía, a la vez, una nueva institucionalidad, la cual se arraigó con la fuerza del consenso, en la sociedad civil cubana: novedosas organizaciones de masas, como los Comités de Defensa de la Revolución, la Federación de Mujeres Cubanas, la Asociación Nacional de Agricultores Pequeños, las cuales no desplazaron a otras cuya legitimidad se revitalizó en el cambio social, pero que le darían un sentido nuevo a la participación popular.
El poder revolucionario afrontó la meta de eliminar el analfabetismo adulto de la población en el marco reducido del año 1961, en el cual Cuba fue invadida por un ejército mercenario armado y entrenado desde los Estados Unidos, y enfrentaba alzamientos contrarrevolucionarios que se prolongaron por varios años. Desde 1962 era asumido un sistema único de educación, público, laico y gratuito. El mismo carácter público y gratuito se acordaba para el sistema de salud en 1965. No se planteó esperar a que el sistema que recién se creaba, bajo el acoso económico, diplomático y hasta militar de los Estados Unidos, hiciera costeables las profundas reformas sociales, sino que se adoptaron y se tradujeron en un consenso sostenido, que atravesó prácticamente sin tregua las escaseces alimentarias, de vestuario y de otras necesidades, que desde los mismos años 60 comenzaron a vivirse.
Para los niveles de parametración hegemónica norteamericana esta capacidad de resistencia desde una sociedad constituida en Estado, insignificante en términos geopolíticos, frente a las reglas de dominación y subsistencia impuestas, fue la primera de las tres sorpresas que el caso cubano daría a Washington. Los cubanos descubrieron que la soberanía tenía una naturaleza tangible, más allá de la Constitución, las instituciones del Estado y los símbolos de la Patria, y que había que defenderla en la práctica cada vez que alguien la pusiera en peligro.
Varios factores iban a erosionar, desde entonces, el escenario de la nueva relación social. El efecto migratorio, marcado al principio del período que nos ocupa por el desplazamiento de poder impuesto por la revolución, hacia finales de la década comenzó ya a desplazarse hacia motivaciones vinculadas a las condiciones y el estilo de vida que una austeridad extendida imponía, a despecho de los beneficios en respuesta a las urgencias de equidad y justicia social, y del rescate de la soberanía nacional. Washington no perdió tiempo en manipular la presión migratoria cubana para alimentar la imagen de una sociedad dividida. Desde entonces la opción de migrar se presentará como una mezcla de atracción (para quienes se desalienten) y de amenaza (para la estabilidad de la sociedad que se construye en la Isla). Así se armó una política preferencial que premia con privilegios a los cubanos que arriban por la vía ilegal, opuesta a la política aplicada para el resto de los migrantes latinoamericanos.
De modo que se hace imposible esbozar un cuadro completo de la sociedad cubana sin tomar en cuenta la existencia de un enclave migratorio, principalmente en los Estados Unidos, que en poco tiempo comienza a incidir económicamente, y también como imagen de diferencia de bienestar, a través del dispositivo de las remesas familiares (que guarda semejanza con la caracterización genérica de la explosión migratoria actual, pero que en el caso cubano es manipulada). No obstante, la comunidad emigrada es un fenómeno que no presenta hoy una uniformidad opositora, aunque predominan las franjas que expresan el conflicto con el proceso cubano; no contamos con el espacio para detenernos aquí en sus dinámicas pero tampoco podemos pasar por alto que constituye un componente problemático en el análisis de la sociedad cubana de hoy. Es conocido que las explosiones migratorias vividas no se detuvieron después de la primera década, y quedaron marcadas con fuerza en la salida masiva por el puerto de Mariel en 1980, y de nuevo con la llamada «crisis de los balseros» en 1994. Y que en la actualidad el sistema cubano está lejos de haber podido consolidar un cuadro de incentivación que contrapese las motivaciones migratorias.
Tampoco es posible pasar por alto que en los 60 se produce un crecimiento demográfico que lleva a la población de Cuba, de algo más de seis millones de habitantes en 1959 a diez millones aproximadamente, en 1970. El crecimiento en los cuarenta años siguientes ha sido, sin embargo, de solo un millón más. De modo que si en los 70 y los 80 podíamos hablar de una sociedad mayoritariamente joven, el envejecimiento poblacional se acentúo entre la década final del pasado siglo y la primera del presente, gracias a la combinación de una caída sostenida de la tasa de natalidad y el aumento de la esperanza de vida.
La entrada en la segunda década del experimento socialista cubano puso a la sociedad de cara a la evidencia del fracaso macroeconómico. Aún si la errática decisión de barrer con la pequeña iniciativa privada (la «ofensiva revolucionaria» de 1968) podía tratar de hallar justificaciones en el imaginario revolucionario de la época, el fracaso de la zafra de los diez millones de toneladas de azúcar (1970) era un signo inconfundible de que las estrategias seguidas en la década anterior no podrían sostenerse, al menos bajo el bloqueo. No es la intención de este capítulo estudiar la economía, pero sería superficial desconocer el peso de lo económico en el conjunto del fenómeno social.
El proyecto socialista cubano había vivido su primera gran frustración: no iba a poder articularse en el sistema-mundo con la independencia que aspiraba a preservar. ¿Causas exógenas? Hay que reconocer que en medida apreciable, pues el asedio para evitar la supervivencia no dio respiro. Pero faltaron otras muchas cosas: referencias modélicas alternativas, capital profesional (ese que ahora tenemos en abundancia), imaginación tal vez. No podría decir cuantas. Sobraron seguramente otras, como la confusión en torno al alcance del ejercicio de la voluntad, por bien intencionada y justa que fuera. La justeza de la decisión política, avalada por el consenso, no siempre puede imponerse a la exigencia y los límites de los mecanismos: a los del mercado, por ejemplo.
Lo que hay que precisar aquí es que con la decisión de incorporarse al Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME) – el llamado «bloque del Este», o el «sistema soviético» (para emplear términos que aluden a diversas aristas de la recontextualización social) – el cubano se ve confrontado con un esquema de valores parcialmente modificado. Su socialismo sigue significando el dominio de la economía por el Estado, los socios allende los mares son los que desde la década precedente tendieron la mano, y los portaestandartes del proyecto socialista nacido de la revolución bolchevique, en tanto sus enemigos externos no moderan su hostilidad; la soberanía lograda no se ve amenazada por la nueva forma de dependencia, aun si esta va a implicar costos, a veces lacerantes, y lamentables en más de un sentido, de uniformación del pensamiento. Algo de discriminatorio, y a veces de represivo, se impuso, en el plano ideológico, en el proyecto cubano.
Mucha tela habría que cortar para detallar lo que se perdía y lo que se ganaba, pero lo que nos interesa ahora es ver cómo ganancias y pérdidas se traducen en influencias en las relaciones sociales que la aventura revolucionaria de los 60 había generado. En realidad, la economía socialista cubana logró un espacio de inserción y un proyecto de desarrollo que reportó mejoras en las condiciones de vida, y a la vez, crecimiento en la escala macro. Seguramente con costos muy elevados, que no creo que hayan sido contabilizados totalmente. El Partido Comunista de Cuba inició la secuencia de congresos en el estilo propio de los partidos nacidos de la tradición marxista, y la administración del Estado se institucionalizó con los órganos de Poder Popular. El socialismo cubano se dio al fin una Constitución, votada en referendo en 1976, después de haber subsistido sin Constitución propia durante diecisiete años.
La sociedad cubana vivió con más holgura que en la década anterior, los índices de alimentación se elevaron, el desempleo se hizo insignificante, avanzó un mercado minorista de bienes de consumo, las promociones de profesionales de la salud generaron la metáfora de la «potencia médica» para aludir a las potencialidades de garantía asistencial y científica que se abría y un abanico de solidaridad civil hacia países agobiados por catástrofes naturales o simplemente urgidos de asistencia, atenazados por una política de salud deficitaria. La proporción de médicos y enfermeras lograda dio lugar a que se creara, hacia mediados de los 80, el (la) «medico de la familia», como un nuevo escalón asistencial, más directamente vinculado a la comunidad.
M e abstengo aquí, lo reitero, de formular otras valoraciones sobre el sistema y la inserción económica que propició esta mejoría en la satisfacción de las necesidades básicas de la sociedad cubana, porque desbordaría el propósito del presente capítulo. De ningún modo porque crea que se desenvolvía en un contexto ideal. Lo que sí quiero destacar es que el consumo per cápita diario de kilocalorías y de proteínas se elevó por encima de la norma de satisfacción fijada por la Organización Mundial de la Salud, en una sociedad que llegó a alcanzar, además, un nivel muy apreciable de equidad. Hacia la segunda mitad de los 80 el veinte por ciento de la población con ingresos más altos ganaba cuatro veces lo que el veinte por ciento de la población con ingresos más bajos, y más de las tres cuartas partes de los ingresos procedían de salarios del sector estatal, que era prácticamente omnipresente en la economía del país (Andrew Zimballist y Claes Brundenius, Cuadernos de Nuestra América No. 13, 1989).
La articulación al Programa complejo del CAME , al amparo de la clausula de «país más favorecido», junto a Vietnam y Mongolia, propició una holgura de recursos que funcionó, para crear un patrón de desarrollo y cambiar las condiciones de vida de la sociedad, hasta el momento del colapso.
La sociedad cubana había regularizado sus relaciones y su estilo de vida en aquel contexto. Afortunadamente no faltaron circunstancias que impidieran que este estado de bienestar, moderado, bastante equilibrado, bien merecido, se convirtiera del todo en el congestionamiento de un modelo por la rutina. El año 1975 marcó el comienzo de la operación de solidaridad más significativa y costosa en esfuerzo y vidas protagonizada desde la sociedad cubana. En cerca de doce años pasaron por Angola alrededor de trescientos cincuenta mil cubanos, la mayoría como combatientes, todos voluntarios. Tocó a la generación que estaba en la infancia al triunfo de la revolución, la oportunidad de intervenir en una gesta que barrió con la dominación del régimen de apartheid , además de dejar asegurada la independencia de Angola y Namibia. Aquella resultó ser la misión más generosa y significativa en que se involucró el pueblo cubano entre los 70 y los 80: la de contribuir decisivamente a impedir que se perpetuara la dominación del racismo en el continente africano. Quiero pensar que para la experiencia de aquella generación la oportunidad del heroísmo en una causa justa sirvió también como antídoto frente a un modelo que amenazaba con generar burocracia y rutina.
La victoria de la revolución sandinista en Nicaragua también contribuyó, en otra escala, a mantener este aliento para los cubanos que necesitábamos confirmar que nuestra resistencia, en tan onerosas condiciones, no solo era válida para la subsistencia propia sino que respondía sobre todo a un ideal altruista que no había por qué dejar que se apagara.
Se me antoja que esta debe haber sido la segunda sorpresa que Washington recibió del «caso cubano». Cuando suponía vencida la estrategia de solidaridad combativa de los revolucionarios de su traspatio, después de haber controlado las mareas revolucionarias en América del Sur e inaugurado una era de dictaduras militares con el golpe de Estado en Chile (1973), Cuba reaparecía en el África Subsahariana, con toda la legitimidad que le otorgaba en hecho de quien responde a la solicitud de gobiernos establecidos (Angola, Mozambique, Etiopía). Y en esta ocasión no quedaba más remedio que reconocer el éxito de su participación en la misión emancipatoria y compartir con los cubanos la mesa de negociación con la cual el régimen de apartheid tocaba a su fin.

Gastronomía de Cuba

La gastronomía de Cuba es una fusión de las costumbres taina, la cocina españolaafricana y caribeña. Las recetas cubanas comparten las sabidurías de la combinación entre las especias y las técnicas heredadas o por los nativos Taínos, y posteriormente combinadas de la cocina española y africana, con unas ciertas influencias caribeñas en especias y sabores. Existen influencias de los esclavos africanos que cultivaban la mayoría en las plantaciones de caña de azúcar, a pesar de que en la mayor parte de las ciudades constituyeron la minoría.
Las plantaciones de tabaco fueron habitadas principalmente por los campesinos españoles pobres, sobre todo de las Canarias. La parte oriental de la isla también recibió cantidades masivas de inmigrantes franceses, haitianos y del Caribe, principalmente durante la Revolución haitiana, así como los trabajadores estacionales para la cosecha de la caña de azúcar, sobre todo españoles, durante la década de 1850. Esto implicó que la cocina cubana se convirtiera en algo localmente tradicional. Tradicionalmente en las mesas cubanas se suele servir un plato muy exquisito y típico llamado flan de plátanos maduros.
fidel castro; presidente de cuba

martes, 3 de junio de 2014

Cuba —oficialmente la República de Cuba1 — es un país insular del Caribe, asentado en un archipiélago del mar de las Antillas, cuya forma de gobierno es el de república socialista. Su territorio está organizado en quince provincias y un municipio especial. Su capital y ciudad más poblada es La Habana.
Su isla principal, conocida como Isla de Cuba, es la más grande de las Antillas Mayores y tiene origen orogénico. También forman parte del archipiélago la Isla de la Juventud y una multitud de cayos o pequeñas islas que rodean a las antes mencionadas, entre estos cayos destacan: Cayo CocoCayo GuillermoCayo Largo del Sur, Cayo Jutía, entre otros. Al norte se encuentran Estados Unidos y Bahamas, al oeste México, al sur las Islas Caimán y Jamaica y al sudeste la isla La Española.
El país ocupa el puesto 59.º en el IDH elaborado por la Organización de las Naciones Unidas, y el 4.º entre los países latinoamericanos, después de ChileArgentina y Uruguay.6
Además, de acuerdo con los datos que el propio país proporciona a la ONU, Cuba es el único país del mundo que cumple los dos criterios que, para la organización WWF, significan la existencia del desarrollo sostenibledesarrollo humano alto (IDH 0,8) y huella ecológica sostenible (huella < 1,8 ha/p).7